sábado, 14 de noviembre de 2009

“La capilla de la Bolsa” en buena compañía

A veces lo de menos es el lugar, lo importante es la compañía.

Esta noche hemos estado de cena con unos grandes amigos. De esos de los que pueden pasar meses sin verles que cada vez que nos juntamos retomamos donde lo dejamos la última vez.

Mi mente se rejuvenece cuando los veo y los recuerdos me vienen a la mente como cuando abres la puerta del trastero y se te caen todas las cajas encima. Hay amigos que se pierden por el camino, pero con ellos aún contamos.

Nos hubiese dado igual juntarnos en un Burger o en un Telepizza, unos bocatas en el banco de la calle tampoco hubiese importado, pero al final la cena ha sido en La Capilla de la Bolsa.
Cabe decir que no ha sido la primera opción. Desde hace tres semanas estamos intentando concretar dónde reunirnos y, la lista de restaurantes de la que inicialmente partíamos, unas veces porque no había disponibilidad en la elección para esta fecha (¿dónde está la crisis?), otras porque alguno de nosotros ya había estado, se estaba quedando en mínimos y hasta ayer mismo estábamos sin local donde cenar. Al final se juntaros las dos premisas y pudimos reservar en La Capilla.

De entrantes Vieiras gallegas a la parrilla con puré ligero de guacamole y Láminas de bacalao confitado con gambas marinadas y hojas de mango. Una de las corrientes que mas se está afianzando en la gastronomía actual pasa por la mezcla de los sabores/materias mas opuestos posibles (claro ejemplo lo tenemos en premio al mejor pincho del 2009 que ha recaído en la Tapa de queso trufado cubierta de remolacha). Que la ley de la atracción diga que los opuestos se atraen no implica que eso se tenga que cumplir necesariamente encima de un plato. Digo esto porque me he encontrado mas de una vez a algún pseudo-cocinero que ha asociado la creatividad/originalidad con la mas increíble y absurda mezcla de sabores. Me puedo imaginar a esos cocineros enfrascado en su supuesta labor creativa y mezclando, cual antiguo alquimista, ingredientes sin ton ni son con la esperanza de encontrar su piedra filosofal que les haga entrar en el olimpo de los grandes. Y, dicho todo esto, cabe concluir que este no ha sido el caso. El sabor de las vieiras quedaba perfectamente arropado por el guacamole dándole al conjunto coherencia y por otro lado el mango resaltaba el sabor del bacalao acompañándole en gran armonía (la única pega las gambas que estaban demasiado hechas).

Como platos principales:
Arroz con Boletus, perdiz escabechada, tomates secos y trufa.
Plato correcto (creo que me gusta demasiado dar esta definición), es decir, sin ser una gran creación, elegirlo es ir sobre seguro.
Papardelle al huevo con trigueros, langostinos y boloñesa de atún.
Este es un plato que se ha colado en la carta. Su nombre no desentona en el orden general del menú y cuando recorres la lista de platos no te percatas de que no alcanza el nivel mínimo para estar ahí. Es como un cómic de Superlópez a la lista de cómic de superhéroes: si, vale, es un superhéroe, pero una vez que lo abres no tiene nada que ver con los grandes clásicos de Marvel (que conste que me encanta Superlópez).
En definitiva, el plato no es ni más ni menos que pasta con salsa de tomate con atún y da la sensación de que te han tomado el pelo cuando te lo traen de la cocina. ¡Para esto no vengo al restaurante, eso me lo hago yo en casa!
Hamburguesa de avestruz con foie y frutos del bosque.
Siempre me gusta ver en las cartas ingredientes fuera de lo normal y que no son de fácil acceso para el común de los cocinillas. Esa es una de mis motivaciones personales para ir a los restaurantes. Y este plato estaba entre mis opciones al leer la carta.
La carne estaba quizás demasiado hecha y un punto menos de parrilla hubiese sido preferible, pero tenia buen sabor y, para los que le guste la carne, también es un plato recomendable.
Lasaña de bogavante con brunoise de verduritas a la infusión de champiñones.
Un plato excelente (ni que decir que esta ha sido mi elección) y, no sólo porque lo diga yo, sino que ha sido la opinión general de los cuatro comensales, el mejor de los cuatro.
Sólo comentar, y sin ánimo de hacer una crítica destructiva, todo lo contrario, intentando aportar mi opinión sobre como mejorar el plato, que el bogavante se encontraba demasiado desmenuzado incluido en el relleno de la lasaña, y que debería haber estado mas entero para que su sabor no se viese difuminado por el resto de ingredientes. La magnífica infusión de champiñones que acompaña al plato ayudaba no sólo con su aporte de sabor sino que añadía el toque de aroma que despendía el plato.

En el postre me he quedado sólo, nadie ha querido pedir postre y yo, por mucho que haya comido en un restaurante y esté apunto de reventar como en la película de los Monty Python, nunca perdono el postre. Soy especialmente goloso y la puerta por la que entré de pequeño al maravilloso mundo de la cocina fue la sección de los postres, cuando en casa de mis padres yo cacharreaba en la cocina haciendo las tartas de los domingos.
Manzana crujiente con helado de vainilla.
No era mi elección inicial pero la verborrea del camarero y su personalidad arrolladora (como él mismo nos comentó: La pluma del avestruz la llevaba él encima..) me han hecho que me deje llevar y elegir este postre.
No hay mucho que decir sobre él. Finas rodajas de Manzana horneadas sobre fino hojaldre y acompañado con helado de vainilla en cesta de chocolate blanco. Un clásico bien ejecutado.

Y así hemos acabado la cena a eso de la una de la noche.
Pero vuelvo a la idea inicial de este post. La comida ha sido lo de menos.

1 comentario:

  1. Echo de menos a nuestro camarero, y al pianista, y al violinista, y al armario ropero de portero...

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