domingo, 13 de diciembre de 2009

“La Carnicería”. Cuando las cosas se hacen mal.

“¡¡ Las mejores carnes del Mundo!!” así reza el slogan que pone el Restaurante La Carnicería en su tarjeta.

No voy a entrar a discutirlo porque, dejándonos influenciar por nuestro hijo mayor que quería costillas, se nos ocurrió pedir una parrillada española en lugar de uno de los platos en el que servían su repertorio de "las mejores carnes del mundo". De todas maneras dicha oferta se basa en la posibilidad de elegir entre 3 platos de 12, 8 o 6 brochetas de diferentes carnes de todo el mundo. El resto de opciones del menú se reduce a una selección básica, principalmente autóctona, de carnes.

Parece que, con lo que debe costar montar y mantener un restaurante, hay dueños que a estas alturas sólo se preocupan de lo que hay puertas para dentro de la cocina y de nada de lo que ocurre en la sala. El caso es que en esta ocasión, la comida no fue nada agradable debido a esas cosas ajenas al menú.

El espacio de comedor de este restaurante es reducido y se han empeñado en obtener el máximo rendimiento posible metiendo todas las mesas posibles. No quisiera hacer una analogía con una lata de sardinas ya que una sardina siempre tiene justo el espacio que necesita, así que nosotros estábamos peor que las sardinas ya que no disfrutábamos de ese espacio necesario para tener la mínima comodidad que se espera en un restaurante.

A mí en un restaurante me gusta sentirme mimado. Cierto que hay algunos en los que el trato se parece al de una madre con un hijo que recién ha aprendido a comer solo, que no le deja que haga casi nada sin supervisión. Ni este extremo ni el de conseguir que te sientas un completo extraño que tienes que avergonzarte por ser un cliente e ir excusándote por molestarles pidiéndoles las cosas.

Justo al sentarte a la mesa, lo básico es que se te ofrezca el menú al instante para poder así empezar a decidir qué comer, y no que pasen los minutos, la camarera se pasee delante tuyo sin hacerte ningún caso, te vayas sintiendo ignorado, y finalmente tengas que llamar su atención para solicitar que traigan unas cartas.

Pues así seguía sintiéndome cuando, tras haber sometido a decisión salomónica el contenido de lo que íbamos a comer, había pasado el tiempo y la camarera seguía pasando a nuestro lado sin atendernos. Supongo que detalles tan sutiles como que los menús estaban esperando en el borde de la mesa desde hace tiempo, en clara demostración de que ya no los necesitábamos y podían tomarnos nota, se le escapaban a los camareros porque por segunda vez tuvimos que reclamar su atención para que nos atendiesen. Pero la incompetencia del servicio tendría otra ocasión más de quedar al descubierto cuando, al poco de haber indicado cuál era nuestra comanda, volvería la camarera para preguntar qué era lo que habíamos pedido ya que o bien ni ella misma entendía lo que había escrito o, peor aún, no estaba prestando ninguna atención a lo que le decíamos.

Las cosas como son, el caldo que pedimos como entrante estaba riquísimo y las croquetas de los críos de masa muy suave. Pero la eternidad que pasó hasta que nos trajeron el plato principal de carne (nuestra impresión es que se olvidaron de nuestro plato) siguió aumentando nuestra decepción en cuanto a la elección de Restaurante. Quede reflejado también que en la “parrillada española” también había pollo (siempre que veo pollo en este tipo de plato tengo la sensación de que me están tomando el pelo. Me imagino al cocinero diciendo: “pues le metemos pollo y se lo cobramos como solomillo”) y que tuvimos que devolverlo a la cocina ya que llegó crudo por dentro.

Con todo esto, yo, que como ya he comentado por aquí, me gusta acabar toda comida con un postre, en esta ocasión no me atreví a pedir postre alguno para no tentar a la suerte ya que lo menos que nos podría pasar es que nos llegase a la hora de la cena. Así que tan pronto terminamos la carne pedimos la cuenta y aún nos dio tiempo a tener la última muestra de incompetencia del servicio. En la factura venía incluido ese concepto tan extraño que es el cobrar por “El Pan” (otros lo denominan“Servicio” y otros “entrantes” cuando te ponen 5 aceitunas). Que te cobren 6€ por persona por el pan es como decir “Si no dejas propina al menos te cobro eso y si sí la dejas eso que me llevo”. Pero el caso es que en esta ocasión, otro añadido a la lista de despropósitos, no nos habían traído ningún pan a la mesa, pero claro, pretender que se hubiesen dado cuenta de eso era demasiado pedir, así que tuve que reclamarlo para que nos lo quitasen de la cuenta.

Puesto que uno no pide el libro de reclamaciones por todas las cosas anteriormente contadas (a veces deberíamos hacerlo para que no nos tomen el pelo), la cuantía de mi propina siempre refleja mi satisfacción por la comida y, como no creía que me fuesen a devolver dinero, esta quedó reducida a la mínima expresión.
Con esto terminamos la comida y salimos al frio de la calle con la decepción instalada en nuestra cabeza para susurrarnos que mejor nos hubiese ido si hubiésemos atendido la petición de los crios y hubiésemos ido a un McDonald.

“La mejor carne del mundo”, el peor servicio.

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